INTRODUCCIÓN:
Deliberar sobre el feminismo en la teoría política contemporánea supone hacer referencia a algunos escritos que, en el campo de la literatura especializada, se convierten en innovadores esquemas de comprensión, para pensar la teoría de la democracia y sus desafíos.
En este sentido, resulta importante señalar que
hay un libro de especial referencia en el campo de estudio, que recoge los
principales aportes del feminismo: esto es una compilación elaborada por Carme
Castells (1996), titulada “Perspectivas
feministas en la teoría política”, donde la autora reúne los más destacados
artículos sobre teoría política feminista, redactados por algunas de las
principales pensadoras del feminismo en el mundo anglosajón contemporáneo.
El
libro incluye los aportes realizados por autoras como Christine Di Stefano ,
Marilyn Friedman, Alison Jaggar, Susan Moller Okin, Carole Pateman, Anne
Phillips, y Iris Marion Young. En términos generales, se puede sostener que
la teoría política feminista tiene como principal interés ubicar los argumentos
a través de los cuales en el pensamiento político clásico, junto con algunas tendencias
en la época contemporánea, se promueve la marginalización del género femenino.
De esta manera, la teoría política feminista procura diseñar un discurso
político en el cual se busque establecer condiciones de una auténtica igualdad
y de inclusión.
En
este sentido, podemos presentar los principales argumentos que distinguen a
cada una de las autoras. Mientras Carol
Pateman, en su artículo “Críticas
feministas a la dicotomía público/privado” plantea la necesidad de superar esta
distinción propia del pensamiento liberal, fundamentalmente porque resulta
incongruente con la idea de integración del género femenino en la esfera
política y social. Christine Di Stefano, en su artículo “Problemas e incomodidades a propósito de la autonomía: algunas
consideraciones desde el feminismo” cuestiona el concepto de autonomía como
proceso de autosuficiencia. En su perspectiva, la intención es poder diseñar un
concepto de autonomía que sea compatible con el género femenino y no que
promueva la diferencia en las relaciones sociales cotidianas. Del mismo modo,
en un artículo titulado “¿Deben las
feministas abandonar la democracia liberal?,” Anne Phillips plantea severas críticas desde el modelo feminista al
modelo de democracia liberal, ya que considera, el pensamiento político
tradicional se debe enrumbar hacia un tipo de democracia más participativa e
incluyente. De ahí que, en esta misma línea de argumentación se inscriba otra
autora, de nombre Iris M. Young, quien
redacta el artículo “Vida
política y diferencia de grupo: una crítica del ideal de ciudadanía universal”.
Fundamentalmente, en este escrito Young
plantea la importancia de desarrollar instrumentos que garanticen la
representación de aquellos grupos menos desfavorecidos en la dimensión política,
en este sentido, de las mujeres excluidas de representación.
Por su
parte, Susan Moller Okin en su
artículo “Liberalismo político, justicia
y género” también analiza desde el prisma del modelo feminista, las
dificultades con las cuales se enfrenta el liberalismo político, principalmente
representada en la estructura conceptual expuesta por John Rawls en Teoría de la justicia (1992), y en “El
liberalismo político” (1993). Esta misma línea de análisis es compartida
también por Marilyn Friedman, en “El feminismo y la concepción moderna de la
amistad: dislocando la comunidad”, donde la autora crítica el
comunitarismo, principalmente porque a pesar de coincidir con esta tradición y
sus diferencias con el liberalismo, no delimita un marco de distinción entre
comunidades "de adscripción" y comunidades "voluntarias" o
de elección.
Sin
embargo, por cuestiones de espacio, orientaremos el resto de nuestra
intervención a desarrollar los principales planteamientos hechos por Anne
Phillips, en un artículo denominado “la democracia y el feminismo: ¿qué tiene
de malo la democracia liberal?”. Esta autora se ha convertido en referente en
el campo de la teoría política feminista. Sobre todo, luego de la publicación
de “Género y teoría democrática.”[1]
¿Qué
tiene de malo la democracia liberal?
Quienes
catalogan al liberalismo político como un modelo inapropiado y formulan a
diario inflexibles críticas contra él, tienen un a su disposición un bagaje de
argumentos que pueden enriquecer variadas discusiones. En la perspectiva de
Anne Phillips, a pesar de que se pudiera decir sobre la democracia liberal, que
ha triunfado en la dimensión de la práctica política; lo mismo no se podría
sostener, cuando tuviésemos que hablar sobre el terreno de las ideas.
En
este marco, el feminismo figura como modelo de teoría política, al incorporar
un análisis contra los principales postulados de la tradición liberal,
fundamentalmente por no ofrecer respuestas convincentes, ni dedicar la
suficiente atención a los temas de género. No obstante, de lo que se trata
(Según Carol Pateman, en Contrato sexual,
citado por Phillips), más allá de
recuperar la historia del contrato social para ofrecer un programa político de
acción para las feministas, es poder desarrollar una nueva perspectiva desde
donde poder abordar la realidad.
El modelo plantea a la noción de “género” como elemento central que debe regir el pensamiento político. En la perspectiva de este enfoque la idea de género transforma y debería seguir contribuyendo a modificar la forma tradicional de pensar la democracia.
1.- De
los individuos a los grupos
Un
postulado de la democracia liberal, profundamente cuestionado por la teoría
política feminista, tiene que ver con la idea según la cual la democracia supone
que todos los ciudadanos son tratados de igual forma. O con
aquella noción conforme a la cual se establece que la noción de “ciudadanos”
debe dejar atrás la representación de “los cuerpos”.
Anne Phillips cita como autores principales de
este enfoque a Carol Pateman, Zillah Eisenstein, e Iris Marion Young. Fundamentalmente,
en la perspectiva de cada uno de estos pensadores, los enfoques tradicionales de la teoría política en sus conceptos de
ciudadanos abstractos no sólo están encubriendo diferencias de clase, sino
también las de género, las cuales pueden llegar a ser incluso más severas
todavía en el campo de la discriminación.
Phillips hace particular mención a las
dificultades que enfrenta el liberalismo y el republicanismo con el tema de
género. En palabras de nuestra autora “la
democracia liberal quiere ignorar, y el republicanismo cívico trascender, todas
las identidades y diferencias más locales; en realidad, ambas tradiciones han
insinuado el cuerpo y la identidad masculinas en sus definiciones de la norma” (Phillips,
s/f, 321).
De ahí que Phillips planteé como desafío la
necesidad de poder pensar una teoría de la democracia que no se encuentre
ignorando la diferencia sexual, sino por el contrario, pueda plantear un
entramado conceptual que pueda tomar en cuenta la idea de “la diferencia”. Es en este sentido, la autora considera, se
convierte en un requerimiento teórico indispensable para la teoría de la
democracia “tratar con nosotros, no sólo como individuos, sino como grupos”
(Phillips, s/f, 321).
Según nuestra autora, en la transición de un
pensamiento político democrático concentrado en los individuos hacia un modelo
centrado en los grupos, se encuentra la solución para alcanzar el desarrollo de
un modelo adecuado de representación política de las mujeres.
La
idea de tratar al “nosotros”, no como individuos, sino como grupos es
fundamental para una teoría de la democracia, que pretenda superar las
diferencias. Al respecto, el tradicional conflicto entre la
idea de igualdad de oportunidades frente la noción que plantea la necesidad de
una discriminación positiva, refleja el común enfrentamiento entre la idea de
antidiscriminación liberal y los instrumentos que abogan por una representación
igualitaria de las mujeres.
En este orden, todo discurso político que
abogue por la búsqueda de una mayor representación de las mujeres,
fundamentalmente estará enfatizando que “la diferencia sexual es políticamente
relevante y que la democracia debe reconocer a los grupos” (Phillips, s/f,
322). Esto es, las exigencias de implementación de mejores mecanismos de
representación, para garantizar órganos públicos mucho más equilibrados está
conduciendo el debate hacia el reconocimiento de la diferencia como un tema de
relevancia política.
Ahora bien, Anne Phillips comenta que sólo hay
dos enfoques sobre la falta de representación de las mujeres que pueden ser
considerados fundamentales, a saber:
a)
El
primer enfoque “amplía el pensamiento liberal democrático, pero puede hacerse
compatible con él” (Phillips, s/f, 322). Esta perspectiva es vista por
los teóricos del feminismo con cierto recelo. Según su apreciación de la
realidad “que seamos hombre o mujer no
debería importar”. Fundamentalmente, se trata de un enfoque que lleva a
cabo ciertas concesiones para eliminar algunas barreras, pero sin promover
cambios verdaderamente significativos, ya que se sigue observando a los
individuos como meras entidades abstractas, al mismo tiempo intentando reducir
cualquier atención a nuestras diferencias en sexo, por considerar este asunto
sin importancia.
b) Mientras tanto, el segundo enfoque
“rechaza correr ese riesgo y… añade procedimientos que garantizan un resultado
más equilibrado.” (Phillips,
s/f, 323). Esta perspectiva, supone una búsqueda incesante por
emprender un movimiento para asegurar la representación femenina. A partir de
lo cual hace la siguiente consideración: “los
sexos tienen diferentes grados de poder”, de modo que “la distribución debería
igualarse”. Este enfoque es consciente de que la sociedad en la cual nos
desarrollamos se encuentra integrada por infinidad de grupos. De modo que, cada
uno de estos grupos pudiera desarrollar intereses verdaderamente divergentes.
Precisamente, Anne Phillips declara en su libro
que pretende defender el segundo enfoque. A pesar de que la tradición liberal
mantiene el discurso según el cual las diferencias no se convierten en un tema
relevante, en el contexto hodierno de la sociedad los diversos grupos de interés
parecen controlar todas las interacciones. De modo que, mantener el discurso
conforme al cual los ciudadanos son libres e iguales representa una ilusión
frente a la dinámica social cotidiana.
En este sentido, considerando que en las
distintas sociedades cada vez son mayores las brechas que separan a los
individuos por su raza y su sexo, Phillips considera pertinente introducir en
la democracia un principio donde “los representantes tendrían que reflejar la
composición sexual, racial y, cuando fuese relevante, nacional de la sociedad
como totalidad y que debería haber mecanismos para conseguir ese efecto”
(Phillips, s/f, 323).
En palabras de nuestra autora, si se lograra
conquistar esta proporcionalidad se podría asegurar resultados más democráticos
en las sociedades. Pero la realidad es que todavía estas prescripciones no han
podido ser conquistadas del todo. Una situación que coloca al descubierto la
necesidad de promover cambios, fundamentalmente porque se trata de superar
anomalías de nuestros sistemas electorales, donde todavía persiste la
infrarrepresentación de algunos grupos, y la supervaloración de unos pocos.
Ahora
bien, es importante señalar que Phillips presenta una salida a la noción del
individuo y su carácter abstracto. Al respecto comenta que se trata de poder
considerar a las personas exclusivamente en función de sus identidades
particulares y que los excluyen a unos de otros grupos; categorías como:
hombres/mujeres, negros/blancos, trabajadores/ empleados, son las identidades
que son utilizadas para superar las deficiencias del carácter abstracto de
algunos conceptos. En este sentido, si
la cuestión quedara reducida a un tema de identidades, entonces, (declara
Phillips) el asunto de la democracia se reduciría plenamente a ser un problema
de representación de grupos; de modo que el tema realmente importante
consistiría en poder identificar y representar a cada uno de ellos.
En efecto, comenta Anne Phillips, de lo que se
trata es poder establecer un sistema democrático, donde sus representantes
puedan proyectar equilibradamente la composición sexual y étnica de su
población. Pero al mismo tiempo este rasgo democrático implica que no debería
permitirse que se vieran estos grupos a sí mismos representando a su grupo
sexual o étnico exclusivamente.
La autora es enfática en agregar que “las
feministas, sin duda, tienen razón al defender que la gente no debería dejar
atrás sus identidades sexuales cuando suben a la escena política. Pero tampoco
tendrían que definirse a sí mismas únicamente por un solo criterio, en este
caso el género” (Phillips, s/f, 327).
2.- El
liberalismo como un mundo de barreras:
2.1.- Precisiones
iniciales
De acuerdo con el análisis que nos presenta Anne
Phillips, en este segundo apartado, se hace insistencia en la idea de la
representación política; pero se muestra la diferencia que existe cuando se
habla de grupos, frente a la idea de individuos “aparentemente iguales”.
Así las
cosas, según plantea nuestra autora, en la medida en que la sociedad se
encuentre estructurada sobre la base de distingos sexuales, y se haga una
distribución del trabajo y de las responsabilidades en función de esas
identidades, entonces se requiere pensar en instrumentos que permitan asegurar
el equilibro en la distribución del poder.
En este sentido, Phillips presenta algunas
consideraciones que estima, son resultado de algunos elementos identificados y
promovidos por el liberalismo que mantienen las estructuras discriminadoras en
la sociedad. De esta forma, en la medida en que el liberalismo
establece una distinción entre lo público y privado, sostiene la situación de
subordinación de la mujer.
En grueso del discurso liberal hace alusión a
la necesidad de no considerar como temas relevantes los asuntos referidos a la
esfera privada. La dinámica en la esfera
doméstica parece ser un tópico dedicado exclusivamente a lo íntimo, con lo cual
se ignoran las condiciones de un espacio en el cual no parecen prevalecer los
principios de igualdad y libertad entre géneros.
La autora en este apartado introduce la
discusión en torno a la necesidad de una política de género, que supere las
tradicionales nociones de igualdad formal, a fin de poder propagar la idea de
democracia en todas las dimensiones, incluyendo el núcleo de las relaciones
domésticas. Esto es, en palabras de Phillips, cada vez más son necesarios
cambios materiales profundos, para poder construir una noción de igualdad en su
sentido pleno.
2.2.- Un
objetivo fundamental:
Lo que
Anne Phillips pretende es hacer una aproximación a un modelo de democracia,
desde la idea de género, donde pueda introducirse la noción de igualdad, en
sentido doméstico, como expresión del desarrollo político.
En este marco, el asunto de la división del
trabajo entre sexos seguirá siendo un contenido de especial interés, siempre
que genere consecuencias políticas esenciales. Y el debate en torno a la
reflexión sobre la posibilidad de una igualdad formal siendo acompañada por una
igualdad material; según la autora, todo ello formará parte de los principales
aportes que hará el feminismo a la reflexión sobre la democracia, a fin de
poder develar los principales problemas situados en la esfera privada.
3.- ¿Qué
busca la política feminista contemporánea?
En términos concretos, Anne Phillips señala que
en una política feminista contemporánea la noción de democracia tiene un
contenido particular. Esto es, el
concepto de democracia se plantea como algo que debería institucionalizarse en
la estructura de todos los espacios donde se llevan a cabo procesos de
interacción social, no restringiendo la actividad democrática a los meros
procesos gubernamentales.
De esta manera, se plantea entonces un modelo democrático feminista que tiene la
pretensión de expandir los espacios en los cuales la idea de democracia
adquiere preeminencia. Fundamentalmente, porque se trata de enfrentar los
tradicionales postulados que rigen la actividad política, donde abiertamente se
habla de mujeres que se encuentran bajo una condición de igualdad pública, pero al mismo tiempo bajo una
situación de subordinación privada. Una situación que hace colocar en duda, si
en realidad estamos frente a una sociedad verdaderamente democrática.
En este sentido, utilizando una frase de Michel
Walzer, Anne Phillips denomina al liberalismo como “un mundo de barreras”, que limita
la libertad, a través de muros, y la justicia en igual modo. Fundamentalmente,
Walzer planteaba que la opresión del sexo femenino se mantenía en los límites
de las estructuras de parentesco, pero también se reproducían en otras
dimensiones, tanto en el área laboral, educativa, y a nivel político.
En este orden, el feminismo debe forzar al
derrumbamiento de las esferas. Justamente, Anne Phillips, es partidaria de
impulsar un proceso de verdadera democratización de la vida cotidiana, lo cual
supone poder establecer condiciones de igualdad democrática en cada una de las
dimensiones que componen la habitual dinámica en la sociedad.
4.-El
transcurso de la reunión:
La necesidad de una política de transformación
y cambio que permita modificar la tradicional visión que las mujeres tienen de
sí mismas, como actores políticos subordinados, parece convertirse en un
elemento trascendental dentro de una política de género, que además considera
al voto como un mecanismo con poca influencia, si se atiende a su capacidad
para modificar la realidad, la cual tiende a ser muy reducida.
La búsqueda de una democracia más participativa
que la liberal, parece transformarse en el principal requerimiento de los
partidarios de la visión feminista. La intención es poder pensar nuevamente la
democracia a la luz de la idea de género, mediante una perspectiva más activa.
Aunque también la autora es partidaria de que la noción de democracia supone
una práctica donde los ciudadanos toman decisiones, y se mantienen subordinados
a los parámetros formales.
No obstante, Anne Phillips plantea que la única
forma realmente importante conforme a la cual se puede declarar que los
ciudadanos deciden, se refiere al momento cuando se participa en el proceso de
decisión en los principales temas de interés político y al momento de ejercer
influencia en las elecciones. Justamente, en la perspectiva de esta autora, las
personas requieren poder acceder de forma directa a cada uno de estos
ambientes, a lo interno de las diversas organizaciones con fines políticos, y
en todos y cada uno de los niveles regionales, locales y nacionales; se
requiere un nivel de participación donde se pueda ver involucrada cada persona,
incluso “en el transcurso de las reuniones”, en las distintas esferas que
conforman la cotidianidad de la política.
A esta altura de la exposición, Phillips
plantea un concepto de igualdad
democrática. En este sentido, señala
“si la igualdad democrática tiene algún significado, es el de que una sociedad
debe someter sus decisiones «últimas» a un foro del que todos pueden formar parte”
(p.336). Si bien a nuestra autora le interesa advertir que pudiera
desarrollarse un orden político futuro, en el cual las diferencias entre
mujeres y hombres hayan podido ser reducidas, también señala que la cuestión de
género no sería lo último que interesaría, porque también se verían
involucrados otros factores a ser considerados relevantes para poder
desarrollar un ideal de participación genuino.
5.-
Voces de mujeres: temas de mujeres:
Ahora bien, como tema de cierre la autora
considera pertinente introducir una discusión sobre algunas diferencias
notables entre la tradición republicana y la teoría feminista. Puntalmente, el
asunto que concentra la atención es el referido al aborto; un tema que ha
despertado el interés en las mujeres defensoras del modelo feminista,
fundamentalmente al ser un tópico en el cual la legislación queda a cargo del
sexo masculino.
En este sentido, el énfasis de la discusión
está dirigido a llamar a la reflexión en torno a la exclusión del sexo femenino
del proceso de decisiones de un tema que guarda estrecha relación con su
género; sin embargo, los pocos avances en esta materia confirman nuestros
temores: el desarrollo de una situación que muestra la fragilidad democrática
en la cual nos encontramos.
De la existencia de este primer problema
resultaría incorrecto sostener que los hombres no deberían tener derecho a
manifestar su opinión sobre el asunto que comentamos. De hecho, los escenarios
de lucha feminista han contribuido con el desarrollo de un tipo de corriente
masculina progresista, cuando algunos hombres se hacen conscientes de que
ciertos temas les corresponde la titularidad de la discusión a mujeres.
Sin embargo, la tradición republicana
consideraría esta argumentación inconsistente. Ello sería así fundamentalmente
porque se plantea una discusión en torno a valores ciudadanos, en los cuales
todos los miembros que forman parte de la comunidad tienen derecho a
participar, de modo que cualquiera ciudadano podría emitir su opinión sin ser
objeto de exclusión de ningún tipo.
No obstante, la política feminista sigue
abogando por la necesidad de poder promover un proceso de cambio y
transformación en la tradicional forma de concebir los problemas políticos
cotidianos.
Es en este sentido que la autora presenta las
distintas formas como los modelos resuelven estos problemas. Así, en primer
lugar, comenta, la respuesta del liberalismo clásico: de acuerdo con esta tradición los problemas
referidos a los valores fundamentales son resueltos a través de la consagración
de una esfera privada. Fundamentalmente, esto sirve para que cada individuo
tenga la libertad de llevar a cabo sus propias elecciones, sin ningún tipo de
interferencia. Por otra parte, los pluralistas resuelven el dilema a partir de
la noción que establece: todos y cada uno de los grupos que conforman la
sociedad tienen la libertad para competir entre sí, y decidir.
Finalmente, la autora pasa a formular unas
consideraciones generales realmente importantes, las cuales son presentadas
como siguen:
CONSIDERACIONES
GENERALES:
·
El
interés del feminismo en las ideas de heterogeneidad y la diferencia tendría
que considerarse como una política que pudiera saldar las deficiencias de las
demás teorías políticas, que no han considerado relevante el
problema del sexo como elemento político fundamental, desde donde se podría
reducir el nivel de desigualdad existente en la sociedad contemporánea.
·
También se puede sostener que las teorías políticas feministas han
desarrollado profundas críticas hacia el individualismo de tipo abstracto, desmontando
también las falsas universalidades promovidas por la tradición del pensamiento
ilustrado. Estos aportes definitivamente están mostrando y construyendo el
camino hacia una política fundamentada en la diferencia y en la diversidad.
·
En este orden, señala como comentario final
Anne Phillips, resulta fundamental poder diseñar un lenguaje político que pueda
identificar adecuadamente la diferencia y la heterogeneidad “pero que no por
ello capitule ante un esencialismo que nos define a cada uno por un solo
aspecto” (p. 338).
[1]
Anne Phillips. (1996). Género y teoría
democrática. México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México:
Instituto de Investigaciones Sociales y Programa Universitario de Estudios de
Género,
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