1.- ¿Estamos en una transición energética?
La realidad circundante nos
muestra que la humanidad se encuentra inmersa en una fase de transición
energética abrupta. Más que espontáneo, se trata de un proceso forzado,
resultante del incremento acelerado del consumo de las sociedades, y el agotamiento
incesante de los recursos, lo que indica que desde los Gobiernos se debe pensar
en formas alternativas de energía que permitan dar respuesta a las demandas y
necesidades sociales, que se encuentran en constante ascenso y sujetas a la
incesante complejidad que supone el entorno hodierno, en donde una gran parte
de la población mundial todavía no tiene acceso a servicios básicos y una
calidad de vida digna, y para la cual el acceso a las energías básicas se
mantiene siendo un privilegio.
Además, a este diagnóstico inicial se debe sumar el factor
del cambio climático, resultante de la ausencia de una cultura mundial
ecológica y a la desconsiderada intervención humana en la naturaleza, que se
mantiene alterando el equilibrio del medio ambiente y que, de no pensar en
soluciones inmediatas, podría conducir el curso de la humanidad hacia a una catástrofe.
Hablar de transición energética,
entonces, supone referir el proceso de reemplazo de los hidrocarburos, entre
los que se cuenta el petróleo, gas y carbón, por otras energías alternativas,
así como la incorporación de nuevos sistemas que faciliten la transformación de
materias en nuevas formas de combustibles, en una línea que incluye la energía
geotérmica, nuclear, hidráulica hasta la biomasa. Pero en todo caso, se trata
de un proceso de cambio que no ha generado un consenso suficiente en cuanto a
las certezas del momento en el que se encuentra y al ritmo en el que va. Aunque
de acuerdo a lo referido por la propia Agencia Internacional de Energía, en
escenarios prospectivos se vislumbra que la demanda del oro negro a nivel
planetario se encuentra en sus niveles máximos, en lo que pudiera suponer un
guarismo de cien millones de barriles por día, como un estándar que se pudiera
mantener en un lapso de algunos años, para finalmente ser sujeto a nuevas
contracciones (Baquero, 2020).
Ahora bien, según Bertinat (2016) las
tendencias más recientes en el campo de la reflexión que analiza el impacto de
los cambios abruptos que se ciernen en la actividad energética a nivel mundial
hacen énfasis en la necesidad de que haya una “transición energética justa”, lo
que implica la instauración de un sistema más equitativo, menos centralizado,
más democrático y que genere la menor cantidad de contaminación.
Pero la realidad circundante muestra
que los patrones de consumo y la dependencia de un porcentaje muy alto de la
población mundial de los recursos no renovables se mantiene en incremento;
además que el sistema energético parece no haber sido pensado para generar
justicia y equidad en su aprovechamiento.
Dicho con otras palabras, un
diagnóstico incipiente y generalizado sostiene que el sistema energético
mundial se encuentra en un estado de crisis (Kofler y Netzer, 2016). El
incremento en la dependencia de combustibles de naturaleza fósil se mantiene
como una variable constante y generadora de problemas económicos, sociales,
políticos y culturales, en su mayoría, asociados con las severas alteraciones
al medio ambiente, que se expresan en la emisión de gases que aceleran el
efecto invernadero, además de que se incurren en acciones que cada vez más
están acelerando el agotamiento de un conjunto indefinido de recursos a raíz de
la sobreexplotación.
La demanda de consumo de energía a nivel planetario se acelera a una velocidad casi equiparable al incremento en la densidad poblacional; una situación que también está conduciendo al desarrollo y experimentación de nuevos y controvertidos métodos y procedimientos para la extracción de los recursos, así como de generación de energías, en entornos en donde todo parece apuntar que son más escasos.
A partir de lo cual, se comienza a
pensar en que resultará más difícil lograr garantizar el adecuado suministro de
estas energías demandadas, asegurar un modelo sostenible y ecológico, así como
también el acceso justo a estos productos. En razón por lo cual, cada vez es
más resonante la necesidad de promover cambios profundos en el sistema
energético mundial, donde sea posible una provisión equitativa y con justicia
de las fuentes de energía, pero con garantía en simultáneo de protección al
planeta (Kofler y Netzer, 2016).
En razón de estos supuestos, es un sentir
universal e incesante la búsqueda de una transición energética global que se
fundamente en un uso consciente de los recursos y la promoción de modelos de
energía limpias y renovables. Pero en principio habría que conocer las
implicaciones que una “transición” de esta naturaleza supone, por lo cual se
pasará a hacer una revisión complementaria de este concepto, desde una
perspectiva politológica y sistémica desde un enfoque de la complejidad.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de transiciones?
Como parte del ejercicio analítico
que se ha decidido desarrollar en la presente reflexión, se ha decidido hacer
una revisión específica del concepto de “transición” y las implicaciones que
este término podría tener para comprender las transformaciones del mundo energético
hodierno. Al respecto, se tiene que advertir que se partirá de un enfoque que
es propio de la Teoría Política, pero que proporciona herramientas analíticas y
conceptuales de gran utilidad pedagógica que se pueden transpolar a la Economía
Política, en lo particular para comprender el verdadero significado que
supondría experimentar una transición energética en la sociedad
contemporánea.
Para comenzar, se puede decir que,
en el campo de la ciencia política, la reflexión sobre el concepto de “transiciones”
ha ocupado un papel relevante. En esta línea, Guillermo O´ Donnell y Philippe
Schmitter (1991) plantearon una reflexión conceptual bastante interesante, que
se tituló “transiciones desde un gobierno autoritario. Conclusiones tentativas
sobre las democracias inciertas”. Si bien es cierto que, en principio pareciera
no haber relación alguna en cuanto al tema a desarrollar, se tratará de
demostrar la relevancia conceptual que estas referencias suponen para
comprender la idea de una transición energética.
De esta manera, para O´ Donnell
y Shmitter (1991) las transiciones representan un “intervalo” entre un régimen
político y otro, se encuentran delimitadas por el inicio del proceso de
disolución del régimen saliente y por el momento del establecimiento de la
nueva forma de gobierno. Pero el hecho curioso de este fenómeno que lo destaca
frente a otros es que en las transiciones en el transcurso de su desarrollo las
reglas del juego no se encuentran definidas y se transforman en objeto de agudos
conflictos, donde los actores claves que ejercen influencia en la situación se
ven enfrentados en un mismo terreno en la búsqueda por la satisfacción de sus
intereses. Un elemento muy característico de estos períodos de cambio es que
las reglas y procedimientos se encontraran la mayoría de las veces bajo el
control de los actores con mayor poder. Pero se trata de condicionantes que, al
final, estarán sujetos a las realidades específicas; pero eso visto en conjunto
podría representar en términos sintéticos lo que la idea de transición refiere
para esta ciencia social.
A partir de lo cual, al transpolar el
concepto al fenómeno objeto de estudio, se puede decir en razón del diagnóstico
generado en las secciones iniciales, que la transición energética representa un
momento de intervalo entre el sistema hegemónico vigente y el nuevo que se
encuentra en configuración. En efecto, considerando la complejidad de la
realidad es evidente que las reglas de esta metamorfosis energética no se
encuentran definidas, y cada vez en mayor medida se transforma en objeto de
conflictos, considerando la cantidad de intereses que se encuentran
involucrados en lo que supondría la sustitución de fuentes de energías por
otras menos contaminantes, pero con un impacto económico y político destacado,
en los que los actores con mayor influencia tratarán de imponerse.
Sin lugar a dudas, esta transición energética
a la que se hace alusión como fenómeno de estudio, tiene implicaciones de
naturaleza sistémica. No se puede comprender exclusivamente en cuanto a los
efectos económicos que supondría, y además viene acompañada de una
transformación de valores que deben ser asimilados por una sociedad
acostumbrada al consumo y que no ha hecho esfuerzos suficientes por la
consolidación de una verdadera cultura ecológica. Pero los detalles de cómo se
debe ejecutar esa transición son aspectos que merecen un análisis específico,
en razón por lo cual se dedicará un abordaje particular en las líneas que
siguen.
La transición hacia un modelo
de energías renovables y sostenibles
De acuerdo con las apreciaciones
realizadas por Kofler y Netzer (2016), la incorporación de las energías
renovables se puede convertir con el pasar del tiempo en una opción que
permitirá la consolidación de un modelo sostenible y que puede apalancar el
desarrollo de las sociedades en una mayor velocidad. Básicamente se trata de
sistemas que generan menos contaminantes, en comparación con los sistemas de
energía convencionales, además que reducen los niveles de dependencia y
representan una nueva oportunidad para potenciar el bienestar en las sociedades
e incrementar los índices de empleo.
Al respecto, se tiene que decir que
algunas estimaciones del año 2016 referían que 5,7 millones de personas
laboraban en la rama de las energías renovables en todo el planeta, pero en las
consideraciones de la Agencia Internacional para las Energías Renovables, si se
implementaban las políticas públicas adecuadas, se estimaba que para el año
2030 cerca de 16,7 millones de personas se podrían dedicar a este sector. De
hecho, la Organización Internacional del Trabajo estimó que sería factible
crear alrededor de 14, 3 millones de puestos de trabajo en el planeta en el
área de las energías de este estilo, en especial en los países en vía al
desarrollo, lo que se podría interpretar como una oportunidad para superar la
brecha de desigualdades, además en que ello significaría un impulso para la
creación de puestos de trabajo de calidad elevada al considerar que eran
requeridos perfiles de formación de adecuado nivel. Asimismo, las energías
renovables podían representar también una oportunidad de democratización de los
recursos, mediante la generación de facilidades de acceso a los sectores menos
desfavorecidos, sobre la base de sistemas que garantizan una mayor cercanía en
el manejo de sus beneficios.
2.- ¿Cómo una transición energética puede afectar a Venezuela?
Venezuela no escapa a esta realidad de transformaciones y de cambio energético. Las condiciones del entorno extra-societal del sistema político venezolano, y en específico, del subsistema económico, está demandando la incorporación de una nueva cultura de la energía más sostenible, y que facilite el desarrollo en todas las dimensiones sociales.
Las condiciones propias de un modelo económico
monoproductor han ocasionado distorsiones de naturaleza social, económicas,
políticas y culturales destacadas. Y la ausencia de formas de energía
alternativas al petróleo es una constante que ha reducido la capacidad de
maniobra de la economía venezolana frente a un entorno cambiante y que demanda
el ajuste a los nuevos desafíos.
En este sentido,
ante un desarrollo inminente de esta fase transitiva, según Baquero (2000)
Venezuela podría aprovechar el momento y desarrollar nuevas fuentes de energía,
sobre la base de la gama de recursos con los que podría mitigar los efectos del
cambio y con los cuales todavía cuenta, considerando su potencial
hidroeléctrico, o los espacios para generar energía solar o eólica, o a partir
de la producción de hidrógeno con gas natural y energías de tipo renovables,
por mencionar algunos ejemplos.
En todo caso, siguiendo las apreciaciones de Baquero (2020)
más que sostener el argumento en que el país debe ingresar en una fase
“postpetrolera” que permita una diversificación de la economía, lo que se
convierte en un asunto trascendental para la república es lograr consolidar un
modelo de “diversificación energética”. Pero ciertamente un modelo de
transición energética debe traer un cambio de paradigma en la visión de los
decisores, en especial en la formulación de políticas públicas, para la
construcción de un modelo de desarrollo sustentable. Asimilar un modelo de esta
naturaleza, plantea desde el punto de vista sistémico modificar los modos de
producción, diseñar infraestructuras nuevas, generar productos y transformar
relaciones tanto desde el punto de vista laboral, como en cuanto a los patrones
de consumo; lo cual, en el caso del sistema político venezolano, tendría sus
consecuencias muy demarcadas.
En este sentido, por lo pronto se debe
tomar en cuenta también que la asimilación de una transición energética hacia
la búsqueda de energías renovables plantea conflictos, que se derivan de las
grandes pérdidas económicas que representa para las ramas tradicionales de
generación de energía, a las que se encuentran suscritos numerosos puestos de
empleo y relaciones de mercado.
Asimismo, los costos de inversión son
otro punto a considerar, pues, si bien es cierto que se duplica la parte de los
renovables en la totalidad energética, los gastos por infraestructura e
incorporación de nuevas tecnologías se convierten en desafíos relevantes. Al
tiempo en que los problemas sociales y medioambientales, a pesar de tratarse de
energías apoyadas en paradigmas sustentables, pueden hacerse presentes, cuando
se ha comprobado que los combustibles fundamentados en cultivos agrícolas, o la
biomasa industrial, ha tenido sus consecuencias (Kofler y Netzer, 2016).
En este mismo orden de ideas, y
siguiendo los autores previamente referidos, aunque el incremento en los
niveles de eficiencia sea un elemento notable en la transición, y con ello se
reduzca la cantidad de emisiones de términos de contaminación, no
necesariamente disminuye el grado de consumo de energía, lo que al final de
cuentas pudiera tener sus repercusiones ecológicas en proporciones simétricas.
A partir de lo cual se tendría que decir, siguiendo las
consideraciones efectuadas por Kofler y Netzer (2016), una transición
energética podrá manifestar sus efectos en términos de desarrollo real siempre
que parta por materializar el postulado del “Just Transition”; un concepto que
es rescatado por Rosemberg (2010) que evoca la idea de la “transición justa” y
que tuvo su origen en un ámbito sindical, que designaba la intención de generar
conciliación entre un puesto de trabajo de alta calidad con el respeto al
medioambiente. De modo que, se tiene que partir de la asimilación de un
paradigma que permita la constante búsqueda del desarrollo con la incorporación
de modelos de energía alternativos, pero con una clara consciencia por la
protección a las fuentes de esa nueva energía, para reducir los efectos en la
naturaleza, que pudieran ser desapercibidos al ser asimilados como parte de la
cotidianidad.
Bibliografía:
Baquero, Gustavo (2020) “Venezuela y la transición energética” Portafolio. [en línea] Disponible: en: https://www.portafolio.co/economia/la-transicion-energetica-del-pais-debe-incluir-al-petroleo-536669
Bertinat, Pablo (2016) “Transición energética justa. Pensando la democratización energética” ANÁLISIS, No1 [en línea] Disponible: en: http://library.fes.de/pdf-files/bueros/uruguay/13599.pdf
Kofler, B. y Netzer, N. (2014) “Requisitos para una transición energética global”.Wuppertal Institut. Germanwatch. [en línea] Disponible en: http://biblioteca.olade.org/opac-tmpl/Documentos/cg00361.pdf
O´ Donnell, G. y Schmitter,
P. (1991). Transiciones
desde un gobierno autoritario. Conclusiones tentativas sobre las democracias
inciertas. Paidós. Buenos Aires.
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