¿Siembra o ciudadanización del petróleo?: Retos y desafíos de la Venezuela del siglo XXI; por Guillermo Martínez Vílchez
En el sistema político venezolano el petróleo, tal como muchos lo sabemos, ha desempeñado un papel trascendental. Los avances más significativos en términos de desarrollo económico, social, urbano y cultural en el siglo XX estuvieron directamente ligados a su descubrimiento, explotación y comercialización. Al menos, así lo confirma nuestra historia, que le otorga un papel prominente y que todavía sigue determinando nuestra dinámica económica y social en el presente.
Por esta razón resulta imposible comprender la evolución
histórica, política y social del país sin analizar la irrupción de esta
variable en la dinámica socio-política y económica de la sociedad venezolana.
Pero el petróleo como recurso también ha sido objeto de estudio de incontables
pensadores, quienes han considerado que ha estado asociado a la generación de
problemas muy profundos que nos estancan y que hacen más difícil alcanzar el
tan añorado progreso.
Al respecto, ya el
profesor Rodolfo Quintero en el siglo pasado en sus escritos sobre la “Cultura
Política del Petróleo” y “Antropología del Petróleo” había advertido acerca del
impacto especialmente cultural de la explotación del recurso en nuestra
realidad. En su perspectiva, el modelo extractivista creó las condiciones para
que la sociedad perdiera su propia identidad y asumiera un estilo de cultura
diferente a sus propias condiciones de vida, más complaciente con las formas
extranjeras como parte de un sistema colonial y de dominación, que imponía
valores y prácticas que dañarían el tejido social y que era una condición que
reforzaba nuestra situación como una sociedad subdesarrollada.
Sin embargo, otras líneas de investigación con las cuales
somos más compatibles y cónsonos hacen un esfuerzo por ir más allá de los
análisis simplistas que comparten la tesis de que el petróleo es el origen de
nuestros males. En todo caso, nuestras deficiencias en materia cultural y
social no deben ser concebidas como el resultado de la explotación del
petróleo, considerando que se trata de problemas que son procedentes desde
tiempos de la colonia. Lo que hace suponer, entonces, que el petróleo no es una
maldición, sino las condiciones estructurales que nos acompañan, así como la
falta de una identidad acorde con el destino del cual nos ha tocado ser dueños;
aspectos que se han encargado de potenciar las anomalías y distorsiones con las
cuales históricamente hemos tenido que lidiar.
Pero tampoco se puede negar los efectos negativos que ha
tenido el modelo de la renta en el comportamiento socio-cultural y político del
venezolano. De hecho, se ha achacado al rentismo el establecimiento de
prácticas conductuales que desincentivan el valor del trabajo y que plantean
formas de vida sociales donde se desestimula la inventiva, como esa capacidad
de creación o generación de riquezas con base en el ingenio o el
aprovechamiento del conocimiento y otros recursos u otras actividades
económicas, que podrían tener un amplio peso en la construcción de un país de
progreso.
Con relación a este diagnóstico, se puede decir que desde
el ámbito científico se ha procurado estudiar de cerca los efectos que generan
los modelos rentistas en el imaginario de determinadas sociedades. La
percepción de que estos sistemas económicos incentivan la cultura del
“facilismo” es una constante, al tiempo en que también se considera que tienen
una influencia destacada en la desindustrialización y desestimulan la
competitividad, en el sentido en que el aparato productivo se ve comprometido
al volcar toda la atención en actividades exclusivamente extractivistas.
Considerando este panorama, hace pensar entonces que el
enfoque de “sembrar el petróleo” que por mucho tiempo orientó la forma de
diseñar nuestras políticas en nuestra sociedad se agotó, fundamentalmente al
identificar que no es posible ejecutar de manera eficiente y efectiva esa
política sin que previamente exista o se pueda dar un proceso que he denominado
como “ciudadanización del petróleo”.
Por ciudadanización del petróleo comprendo la
construcción de una nueva cultura política, esto es, la asimilación voluntaria
de un conjunto de valores, creencias y prácticas sociales en la que los propios
ciudadanos venezolanos puedan hacerse partícipes de las políticas en materia
energética, asumiendo un rol protagónico y de interés como sujetos de las
decisiones que influirán en su desarrollo social y cultural, a partir de la
instrumentalización de estrategias de diseño local, regional y hasta de alcance
nacional, en el marco de un esquema de distribución de la renta más justo y más
cónsono con la realidad que nos ha tocado vivir.
En este marco, el discurso de la ciudadanización del
petróleo se enfoca en revalorar el sentido de la identidad que se construye en
función a la propiedad del recurso que define nuestras dinámicas sociales y
económicas más fundamentales, pero que históricamente no ha tenido la atención
necesaria, y que pasa por cambios en e
Pero el discurso de la ciudadanización del petróleo
también apunta a la necesidad de reconfigurar la geometría económica del
Estado, a partir de una re-estructuración en la que las regiones puedan contar
con los canales institucionales precisos que les permitan aprovechar sus
potencialidades económicas en función a sus fortalezas geográficas y
condiciones ambientales, sobre la base de esquemas de cooperación y de
integración sustentable.
En este marco, si se buscan resultados diferentes resulta
trascendental emprender acciones innovadoras. Partiendo de la idea que
culturalmente debe ser asimilada según la cual la renta no es el problema, o la
maldición que nos acompaña, se debe incentivar una política estratégica que
estimule la industrialización abierta, fortaleciendo los sectores energéticos
en los cuales el interés de inversión continúe siendo una constante. Así, se hace
uso de la renta como el camino para la conquista de una industrialización de
una forma integral, en mor de asegurar el equilibrio y la cooperación entre el
Estado y los distintos actores económicos que hacen vida en el sistema, lo que
haría posible la construcción de una verdadera y auténtica gobernanza y que al
final podría traducirse en mayor gobernabilidad.
Pero no podrá haber éxito en el camino a la
industrialización sin que pueda haber garantía de una transformación
socio-cultural auténtica que sirva como abono al terreno para su ejecución.
Afortunadamente, la cultura es un recurso renovable y considerando que las
formas de vida y las prácticas cotidianas de los ciudadanos tienen un peso y
una expresión directa en el sistema económico y los valores políticos y
sociales que los rigen, hoy más que nunca resulta perentorio congregar todos
nuestros esfuerzos en lograr un cambio en esta dimensión. Al final, el
desarrollo y el progreso que anhelamos a largo plazo dependerá en gran parte de
los logros que podamos asegurar en ese terreno. Sin duda, son el principal reto
y desafió que como nación tenemos por delante.
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